Estamos viviendo -nos está tocando vivir- una de las etapas más desequilibradas, diríamos apasionantes, de la entera y muy accidentada historia de este geográfico contenedor de países en el que residimos y no solo por su accidentado presente que hoy nos condiciona sino por la rémora multisecular en el desequilibrio existencial dentro de un espacio muy determinado pero que acoge una diversidad nacional -de naciones- y cultural con antecedentes tan diversos que difícilmente pueden ser entendidos por extraños.
Y lo estamos viviendo porque con reiteración insoportable sigue el desencuentro entre sus territorios, siempre insumisos a un poder único, que se manifiestan una vez más confrontando sus realidades históricas y políticas asentadas en una tradición multisecular mediante una mantenida insumisión de supervivencia frente a un poder solo superior por la imposición de la fuerza. Por desgracia cualquier examen de prioridades en el trasiego político del Estado en que vivimos ha de mantener la de lo territorial por simple imposición de las circunstancias que no han devenido casualmente, sino que nos han sido impuestas mediante la continuada cerrazón del poder cuyas extremas e imprevisibles consecuencias seguimos padeciendo.
Lo que para otros países de similar conceptuación política es de normalidad constitucional: permitir un ejercicio de autodeterminación (recordemos el Reino Unido de la Gran Bretaña respecto a Escocia e Irlanda, y Canadá para Quebec) y que es la simple materialización de un derecho democrático, concretamente en el español es el de la reiterada limitación a expresar políticamente unas aspiraciones de reparación histórica y política originando de nuevo una crisis, a desear pasajera y de resolución mediante el libre entendimiento y acuerdo democráticos entre las partes, sin confrontación, y que, según las circunstancias actuales, si acaso llegará a alcanzar un retorno a la situación existente antes del 2017 con tan solo un maquillaje en un mayor ejercicio de autogobierno.
Es interesante repasar los términos de los acuerdos entre Puigdemont y Sánchez para desdramatizar no ya la actual situación sino la previsible: la amnistía sí, pero el ejercicio de la autodeterminación habrá de ser sometido a las Cortes con libertad de voto para sus componentes y no con impositiva de partido…, imagínense el resultado, el apocalíptico peligro de la escisión territorial será muy difícil por no decir imposible que se produzca.
En cualquier caso, o en todo caso, la propuesta más autentica y eficazmente duradera seguimos considerando que es la de la Confederación, propugnada por el Partido Carlista y tradicional formula de nuestra común Historia y con una eficacia probada especialmente en la antigua Corona de Aragón hasta la llegada del primer Borbón que a sangre y fuego impuso el centralismo, origen del desencuadre convivencial que hoy vivimos, al menos o también en lo territorial.
No es admisible que un Estado con el rico contenido de diversidad económica y social, cultural y lingüística como el nuestro, con antecedentes históricos y hasta étnicos diversos entre sus componentes pretenda mantener una impuesta unicidad política desde hace más de 300 años que hace al español ser un estado en constante muestra de frustración, y respecto a la que tan solo el Partido Carlista, desde sus inicios, ha mantenido una combativa propuesta de restauración de las nacionalidades con plenitud de sus derechos políticos, culturales y económicos propios en un sistema articulado confederalmente.
La libertad territorial con todos sus caracteres no puede estar ausente por premeditada y mantenida exclusión impositiva del poder central. La conciencia popular mantiene tal Libertad (ahora sí, con mayúscula) como deseo irrenunciable, y es por ello que la aspiración a alcanzarla esta ya instalada en el Olimpo del mito porque como escribió el valenciano Vicent Andrés Estellés (traduzco) “lo que vale es la consciencia de no ser nada si no se es pueblo”.
Por lo demás el resto de elementos de la problemática política actual han encontrado, tras las últimas elecciones, un manejador con difícil parangón en toda nuestra reciente historia. Y no se olvide el factor económico basado de forma muy importante -como en un emergente país tercermundista- en el fácil, y frágil, por su intrínseca temporalidad, en el turismo.
Estamos en un país en total efervescencia, como si fuera un país joven, en plena construcción, y en el que se parte, hoy, de un fracaso sin paliativo alguno de la derecha que para subsistir ha tenido que llegar a la transigencia -de lo que tal derecha paradójicamente parece, o aparenta, avergonzarse- con la reacción más extrema, algo que siempre pesará en su currículum político y que tan solo sirve para ser utilizado como arma ofensiva/defensiva por Sánchez. y no nos referimos al PSOE en sí porque Sánchez es otra cosa, lo supera, al constituir por si mismo un fenómeno que sobrepasa los normales parámetros de lo estrictamente político, tal vez algo único en nuestra común y larga historia política, un personaje con suerte al ser en buena parte su reiterada jefatura de gobierno fruto del albur.
Solo en un relato de mala novela puede encontrarse narrado un golpe de suerte de la clase y envergadura de los escasos puntos de diferencia electoral para alcanzar el poder en una pírrica victoria que le ha facilitado renovar su presidencia de gobierno y especialmente, también, el contar con la acreditada clasista y reaccionaria ineptitud de la oposición, porque él es el objetivo casi exclusivo de la misma.
Ambos bloques contendientes (la variopinta izquierda -incluida una pintoresca demagogia sexista- por un lado, y una derecha bienestante junto a un extremismo neofranquista por otro) y esa es la paradoja porque entre ambos se ostenta similar incongruencia: si por parte del PP se ataca y descalifica hasta de antiespañol a Sánchez por lograr nuevamente la jefatura de gobierno sustentándose en partidos nacionalistas y extremistas de izquierda, el capitaneado (aún hoy, al escribir estas líneas, porque en el PP nunca se sabe) por Feijoo es gracias al interesado apoyo que le proporciona otro partido declaradamente opuesto a la democracia y a los avances sociales de todo tipo, una copia del franquismo sin acomodo a los nuevos tiempos ni tan solo disponer de la terrible “legitimidad” de la victoria tras una criminal guerra civil.
¿Somos pesimistas? no, pero tampoco optimistas, mala cosa es que un país tenga que invocar continuamente a la suerte.