abril 24, 2024

El puzzle

En octubre de 2019, el Tribunal Supremo dictaminó que la protección de la unidad territorial de España no es una extravagancia que singularice nuestro sistema constitucional. Por si esto fuera poco, además se refirió en la sentencia a la inclusión de preceptos destinados a reforzar la unidad territorial en todos los países europeos. Y es cierto, Francia comienza su constitución declarando la indivisibilidad de la república. Exactamente lo mismo ocurre con Italia o la vecina Portugal.

En España, el preámbulo de la Constitución viene a decir lo mismo, sin embargo al llegar al artículo 2 de la misma aparece por primera vez el término que se convertirá en la piedra angular del asunto. El palabrejo no es otro que las «nacionalidades». Fue una cuestión controvertida para los redactores de la Constitución y no es para menos. Muchos achacan a ese término raro, dado a confusiones y un poco indefinido, la problemática que vino después con territorios como Euskal Herría o Catalunya. Pero ¿y si realmente fuera un término con perfecto sentido?

En su tercera acepción la RAE nos define el término como una «comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural». Pero, ¿acaso no tienen todas las comunidades autónomas su propia identidad histórica y cultural?, ¿quién es capaz de negar las evidentes diferencias que hay entre los territorios de lo que llamamos España?. Una nacionalidad no un mero término que reconoce un estatuto, la nacionalidad va más allá y toca lo más emocional, aquello que nos enraiza y que nos hace sentirnos parte de un grupo de personas. Somos de la familia, del colegio, somos del barrio, del equipo, de la peña, del gremio, de la hermandad o de la asociación. Después ya somos del municipio, de la comunidad y en últimísima instancia del estado. Ese estado rojigualdo del que pretenden hacernos sentir parte sea cuales sean nuestros sentimientos. Pero, ¿saben qué? las cosas a la fuerza nunca funcionaron bien. Es mejor acomodar un sentimiento en lo más profundo de nosotros que meterlo a empujones y, además, es necesario entender que los problemas siempre es mejor solucionarlos con los más cercanos para después ir solucionando aquellos que nos tocan más de lejos.

También deberíamos de meditar sobre qué es España o, mejor dicho ya en éste punto, las Españas. Porque una nación no se puede tocar y, en muchas ocasiones, tampoco se puede sentir. Las Españas no es un pasodoble que te pone los pelos de punta ni un amor por la vida en la calle o en los bares y olé. Un país no puede ser un tópico. Un país debe ser algo cercano, algo tangible y, sobre todo, solidario y subsidiario…Es algo que se cuida a diario y que genera en sus ciudadanos un sentimiento que también les lleva a cuidar a su país. Ésto se consigue proporcionando a sus ciudadanos una buena educación basada en el respeto a aquellos que comparten suelo con nosotros pero que en ocasiones parecen tan diferentes.

Un país ha de alimentar la empatía y ha de hacernos sentir orgullosos de pertenecer a él mucho más allá de las gestas heroicas ocurridas hace tantos siglos y que tan poco nos tocan. Porque solo aquello que sentimos cercano, sólo aquello que vemos como un respaldo para el momento en el que las cosas nos vengan mal dadas puede convertirse en algo que sintamos como nuestro. Un ente que, ante todo, respeta a sus integrantes y reconoce y se reconforta en sus singularidades. Una suma de formas de vivir, de opiniones y de circunstancias que respeta la memoria pero mira al futuro con un profundo respeto por todos los que han conseguido que llegue a ser lo que en ese momento es con sus mayores o menores aportaciones. Quizás el día que España llegue a ser algo así las piezas de éste puzzle de formas de vivir y de sentir puedan llegar a encajar.

Sergio G. Benedí.

Comparte:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *